A veces, cuando los niños más pequeños compiten por un juguete o por un espacio, puede surgir una pelea y eso está dentro de lo normal. Sin embargo, en los últimos tiempos, es cada día más común que la lucha entre ellos constituya en sí misma una manera de jugar, y eso puede llegar a ser muy preocupante.
Tal vez, uno de los motivos que provocan estos cambios en el comportamiento de las nuevas generaciones es que se nos olvida que, como seres humanos, los niños aprenden por imitación del entorno y que, hoy en día, ese entorno sobrepasa los límites de la familia y de la escuela al asimilar la influencia de la televisión, el cine y los videojuegos.
No es que estos medios sean necesariamente negativos en sí mismos, bien al contrario, todos ellos pueden convertirse en extraordinarias herramientas formativas, pero es fundamental que seamos los progenitores los que seleccionemos los contenidos que queremos que nuestros hijos vean a través de esas herramientas, y que delimitemos el tiempo que hacen uso de ellas.
Por otra parte, en una sociedad en la que se están generalizando las familias con hijos únicos, son los padres los que pueden, con mayor facilidad, enseñar a jugar a sus hijos ya que los hermanos mayores, los primos y los niños de la plaza o la calle, ya no suelen cumplir esa función. Así que, con paciencia y poniendo en marcha la memoria, es necesario abrir los arcones y recuperar el “pilla-pilla”, el “escondite inglés”, los juegos de piratas, indios y vaqueros, la comba, la goma y hasta el “veo-veo”, para evitar que la única diversión consista en repetir las proezas “heroicas” de los “Gormiti”, “Ben 10”, “Bakugan” y demás guerreros de dibujos animados.
Por otra parte, creo que es fundamental que nos sacudamos esa manera templada de disculpar cualquier travesura de los niños bajo frases como: “es demasiado pequeño”, “no sabe lo que hace”, “el otro niño le pegó primero”, “ha sido sin querer” o cualquier otra excusa que sólo sirve para que nuestros hijos padezcan una inmadurez congénita que continuará en la adolescencia y que, en el peor de los casos, se perpetuará en un adulto inadaptado que “debe” conseguir sus objetivos a cualquier precio.